En las montañas de Boconó, Trujillo, se tejió la leyenda de Cristo Meriño, un personaje que ha quedado en la memoria popular como el "Robin Hood Bocones". Según el cronista de "El Boconés" en 1903, Meriño, al igual que el famoso Robin Hood de Walter Scott en "Ivanhoe", tenía una peculiar afición por despojar a los ricos para beneficiar a los pobres.
Era un hombre audaz, astuto, lleno de vitalidad, y poseedor de un ingenio notable. A diferencia del héroe de ficción, Meriño no es un personaje imaginario, sino una figura real cuyas hazañas fueron presenciadas por sus contemporáneos.
Cristo Meriño tenía una inclinación insaciable por el robo, pero no lo hacía por mero beneficio personal. Sus saqueos, a menudo enfocados en el ganado y las bestias de carga, eran redistribuidos entre los más necesitados. A pesar de su evidente condición de delincuente, su carisma y el hecho de que nunca derramó sangre lo diferenciaban del común de los ladrones.
Su astucia era tal que las autoridades locales encontraban casi imposible capturarlo y mantenerlo encerrado. Incluso se le atribuyen habilidades escapistas comparables a las de Houdini. En varias ocasiones, logró liberarse de complicadas ataduras, lo que alimentó la creencia de que poseía poderes sobrenaturales o un "pacto con el Diablo", ideas que él mismo solía explotar para su beneficio.
Meríño también se destacaba por su velocidad y habilidad para desplazarse entre los estados vecinos, como Lara, Portuguesa y Barinas, donde comerciaba con los productos de sus fechorías. Su capacidad de escabullirse de las autoridades se convirtió en un rasgo legendario, al igual que su participación en la Guerra Legalista. Se unió al ejército con la promesa de regenerarse y dejó su marca al proveer de bagajes a las tropas, naturalmente, robados.
Aunque se desconoce su destino final, Cristo Meriño dejó un legado pintoresco en la historia trujillana. Su figura despierta simpatía y admiración por su inteligencia, astucia y habilidad para evadir las situaciones más complicadas.
A pesar de sus faltas, su memoria permanece, quizás por la fascinación que genera un hombre que, como Robin Hood, robaba para repartir entre los pobres y nunca manchó sus manos con la sangre de su prójimo.
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