Durante la década de los años 70, muchos llaneros oriundos de la comunidad de Masparro estado Barinas visitaban a Niquitao, con la gran misión de comprar perros, llevarlos y entrenarlos para el cuidado de su ganado, ya que por las noches eran atacados por jaguares y otros felinos.
“ Los Forasteros” como se les llamaba, caminaban por las calles de tierra de Niquitao y gritaban “Compramos perros, pagamos bien”: en algunos hogares tenían varios caninos, así que vendían algunos de ellos, sobre todo los más cachorros. Braulio, quien era hijo de Cleofás, vivía en la calle independencia junto a sus hermanas Estefana, Beneda y Gregoria; allí tenían un perrito color cenizo a quien Braulio llamaba “POPI”; para Braulio era su mascota consentida, muy juguetón y dormía cerca de su cama como el propio guardian.
Un comprador de perros alcanzó a verlo y enseguida hizo una oferta por el animal. Gregoria, la hermana mayor era del criterio de vender el perro y con ese dinero comprar un par de pollas para la cría, pero Braulio se oponía, el comprador de perros aumentó la oferta y logró convencerlos, así que decidió sacar de su “talega” una cadena para amarrarlo.
El Perro al percatarse de las intenciones del desconocido corría desesperado por debajo de las sillas, mesas, fogón y fue acorralado debajo de una cama, amarrado y sacado a la fuerza de lo que hasta ese momento era su hogar. Aquel hombre alto, tomo a POPI lo juntó a otros perros y sus ladridos se escuchaban a distancia al cruzar cada esquina. “Se llevaron a Popi” Expresó Omar Camacho un vecino. Braulio buscaba en la vecindad a alguien que le regalara un cachorrito, extrañaba mucho a su perro.
Pasaron los días, las noches, entraron las fuertes lluvias y para Boconó no había paso ya que la quebrada de los Jarillos se desbordaba dejando a Niquitao incomunicado, para entonces no había puente. Una noche Braulio apagó su mechurrio para dormir, ya había trascurrido un mes, y al ratico escucha los aullidos en la puerta, Braulio le reconoció sin verlo y le llamó por su nombre “Popi” le gritó y el animal desesperado aruñaba la puerta, al abrir el perro le saltó encima, estaba muy mojado, flaco y cansado.
Allí se quedó por siempre hasta morir, nunca más se supo de su dueño ni de su terrible experiencia vivida. Cierto es que su hazaña para su regreso a Niquitao hizo historia en aquella vecindad.
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