Tuñame, el pintoresco pueblo andino entre Niquitao y Jajó, en el estado Trujillo, se despliega ante nosotros como un lienzo dividido en dos partes. La modernidad se fusiona con la tradición, formando un escenario único a 2800 metros sobre el nivel del mar.
Calles empedradas, casitas típicas de Los Andes venezolanos, y un pequeño río pintan un paisaje encantador. Este rincón, productor destacado de flores y hortalizas, es hogar de una hermosa capilla y el frescor del frailejón.
Pero cuando la oscuridad y la neblina abrazan la noche, Tuñame revela un lado misterioso. Luces, bultos y siluetas de personas emergen, acompañadas de un burro cargado con maletas. La leyenda dice que estas visiones son señales de entierros, tesoros ocultos por aquellos desconfiados de los bancos.
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Morocotas enterradas y piezas de valor aguardan bajo tierra, y las apariciones indican su ubicación.
Los habitantes de Tuñame cuentan historias de hallazgos asombrosos en casas y haciendas locales. Siguiendo las luces en la niebla, afirman haber descubierto tesoros enterrados, liberando almas errantes que, como cocuyos luminosos, guían hacia la riqueza escondida.
Un juego entre
lo místico y lo tangible, donde el alma en pena busca beneficios para sus seres
queridos y la tranquilidad eterna.
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