Por el Cronista De Tucutucu
...Hace muchos, pero muchos años, vivía en un campo trujillano, detrás de la Peña de la Virgen, una viejecita, íngrima y sola en su humilde casita campesina, que colindaba con un espeso bosque.
Para obtener el agua para su consumo; todas las mañanas, la viejecita, tenía que internarse en el bosque, hasta llegar hasta un pequeño pocito, que la vegetación, la humedad, el rocío, y un pequeñísimo naciente, habían formado al pie de un frondoso árbol.
Con la cáscara, de media totuma en su mano, la viejecita llenaba cuidadosamente una vasija de barro; hacia un rodete de trapo, y se colocaba la tinaja de agua en la cabeza, para llevarla hasta su humilde casita de bahareque.
Muchos animales del campo, diariamente se ubicaban cerquita del pocito; para esperar que la viejecita recogiera el agua; y luego, en un orden preestablecido por ellos; comenzaban a tomar su ración.
Unos con el pico, otros con sus patas, apartaban las hojas, y cualquier ramita, de la superficie, antes de proceder a la toma del agua; actuaban con el mismo cuidado que lo hacía la viejecita, para no revolver el agua del pocito, y de esa manera mantener siempre el agua cristalina y pura.
El primero en tomarla era el cachicamo, luego el rabipelao, seguido por el oso hormiguero, el oso frontino, el oso melero, la danta, el venado, la lapa, el picure, el vaquiro, el zorro, el mono, la comadreja, el turpial, el cardenalito, la paloma torcaz, el arrendajo, la reinita, el azulejo, el paují, el quesques, el loro, la guacharaca, el churrero, la chopa, el jumí, la chupa y finalmente la pereza.
Al atardecer, todos habían tomado agua del pocito.
El agua quedaba, limpia, transparente y tranquila.
La filosofía campesina, era no revolver el agua del pocito montañero, para que todos, pudiesen disfrutar diariamente de su agua fresca, cristalina y pura…
En muchas circunstancias de la vida, nos encontramos de frente, con “un pocito”.
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