Ezequiel, era un muchacho de 10 años, Rafe, tenía 9, ambos
de la Callearriba, en la cabecera del Valle de los Mucas, a mediados de los
años 1950.
Un día, al final de la mañana, llegó Ezequiel, a la casa de
Rafe.
¡Rafe, vamos a llevarle las velas a mi tío Pedro, para su
altar!
Está bien, Ezequiel ¡vamos!
Salimos por el callejón de mi casa, vía el Alto de la Chapa,
buscando el Camino Real; cruzamos la “Quebrada de los Cedros”, íbamos cada uno
con una “cauchera” en la mano, recogiendo del camino las piedritas más
redonditas para usarlas como municiones.
Pasamos una casita de palma, donde hacía muchos años, vivía
cuando niño Segundo Joaquín Delgado, en compañía de su mamá. Luego por “La
Quinta”, otrora casa de campo del General Cruz Carrillo y posteriormente
residencia del sabio Rafael María Urrecheaga. Comenzamos a subir la cuesta mas
empinada, hasta llegar a una entrada, a la izquierda del camino; por allí
bajamos hasta la casa del tío Pedro, lo encontramos picando pasto para su
burro, le entregamos las velas y seguimos corriendo para el “Cambuyón”; sitio boscoso,
donde caía el agua de un manantial, que era el naciente de la Quebrada llamada
de los “Cedros”, porque en sus márgenes, los Mucas sembraban un cedro, cada vez
que nacía un niño.
Cuando llegamos a la orilla del pozo, una espesa nube, nos
cubrió completamente. En su interior había alguien, que nos dijo: ¡Soy el
Encanto del Cambuyón! ¡Los invito a navegar por la quebrada hasta el rio
Castán, en compañía de un Hada!; de inmediato quedamos reducidos a un tamaño
mínimo; un caracol que estaba a nuestro lado, nos parecía un gigante.
Pueden abordar el barquito de papel, dijo el Encanto. El
hada, voló desde una hoja hasta el barquito. Se encargaría de conducir la nave
aguas abajo y de explicarnos los detalles del viaje.
¡Yo los acompañaré!, dijo el hada. El viaje dura 2 días y
dos noches, iré narrando brevemente; pueden intervenir cada vez que lo deseen.
Haremos varias paradas. Vamos a salir del pozo, para iniciar el recorrido.
Estamos entrando al “Vallecito del Eco”, es nuestra primera
parada, anunció el hada. Aquí viven muchos pájaros, mariposas, grillos y
ranitas. Las lampreas que habitan este sector de la quebrada, son de color
marrón clarito; en el resto de la quebrada son más oscuras. Observen la
frondosidad de los arboles y el colorido de las flores silvestres. En aquella
colina, tiene su casita el señor Carmona, lo acompaña un niño que produce
involuntariamente fenómenos paranormales. Cuando una persona se acerca al
fogón, recibe en su cara, un puñado de ceniza; en los aposentos flotan las
almohadas en el aire. En este vallecito, también vive el “espíritu del eco”,
quien produce la sensación de un rezo de animas, cuando alguien realiza un
acto, que altera la paz del bosque y sus animales.
Al salir de éste bosque húmedo, entraremos en una zona de
turbulencia acuática, es la travesía de “la pata del cerro”. Por aquí abundan
los lagartijos rayados y los lagartos grandes. Enfrente están construyendo un
hotel, con el nombre de “Trujillo” y un colegio para niñas, con el nombre de
“Santa Ana”. ¡Pero ese es nuestro campo de beisbol!, replicó Ezequiel. Así es y
así será, contestó el hada.
Agárrense, dijo el hada, porque vamos a llegar cerca del
“Borbollón”, será nuestra próxima parada para pasar la noche. ¿La noche en la
quebrada? , preguntó Rafe. No, respondió el hada. La pasaremos en la “cueva de
la culebra de agua”. Es nuestra única opción, para lograr pasar sin peligro. La
culebra es nuestra amiga, pasando a través de su cueva, podemos evitar el salto
de agua, el choque con las piedras y el borbollón. Ella ha construido un
pasadizo acuático, que comunica la parte alta del salto, con el pozo donde se
bañan los niños de la Callearriba. ¡Nos encontraremos con nuestros compañeros!
, dijo Ezequiel. No es posible, respondió el hada; pues saldremos al amanecer y
los niños llegan después del mediodía. Iremos tomando la orilla izquierda de la
corriente, para buscar la entrada.
Lentamente, entramos y nos acercamos a una raíz, que sirve
de puerto. Una culebra azul de escamas plateadas, muy cariñosa, saludó al hada,
¡Estos niños me parecen conocidos!, dijo la culebra. Es posible, porque ellos
viven en esta zona, respondió el hada.
Pasamos a la cueva donde dormiríamos, las camas eran de
bejuco, las cobijas eran hojas. La culebra comenzó a traer en su cola, semillas
secas de hierbas, para nuestra cena y nos dijo que colocaría muchas en nuestro
barquito de papel, para comer durante todo el viaje. El hada cargaba de avío,
una flor amarilla, que al chuparla segregaba un néctar de color rosado, también
la probamos. Cuando los primeros rayos del sol, comenzaron a iluminar la cueva,
el hada revoloteó sobre nuestras camas y nos dijo: ¡Es hora de continuar el
viaje!
Abordamos el barquito, y seguimos navegando a través de un
túnel en forma de “C”, parecido a un tobogán de agua. Al final del túnel,
estaba un pozo muy grande, muchas raíces y huecos en su orilla, por donde se
asomaban cangrejos de color marrón, con ojos negros. El agua estaba represada
por piedras y pedazos de troncos de arboles. ¡Vienen los caballitos del diablo!
, gritó Ezequiel. No teman, son nuestros amigos, respondió el hada. No hacen
ningún daño, ellos pasan parte de su vida, en forma de ninfas acuáticas, son
las libélulas, a ellas las confunden mucho con nosotras.
Salimos del pozo por una orilla, para seguir el cauce de la
quebrada. Vamos a detenernos aquí por un momento, dijo el hada. Observen
aquellas arenas blancas, fueron arrastradas por las aguas desde lo alto de la
montaña, donde yacen los restos de los antiguos mares. Los pajaritos marrones
que se posan sobre la arena, son familiares de las golondrinas, pescan
animalitos y renacuajos en los pequeños pocitos, que se forman en lodo,
acumulado en la arena; viven en agujeros de las montañas de piedra. Ezequiel
dijo: nosotros, los llamamos “paticos de agua” y también en esta zona, hemos
conseguido muchos chorroscos de color negro, pegados por debajo de las piedras.
Continuemos el viaje, porque allá vienen, dos culebras
mapanares, que también abundan en este sitio, dijo el hada. Ahora estamos
entrando al valle de los “Bucares”. En sus troncos, abundan las comadrejas y
los rabipelados; en sus ramas posan y cantan gran cantidad de pájaros:
azulejos, reinitas, colibríes, gonzalitos, arrendajos, cardenales; la tierra se
encuentra cubierta por las flores de los bucares, color rojo con forma de
“gallitos”. Nosotros jugamos con ellos, aclaró Ezequiel, colocamos en sus picos
espinas de un cactus, que se llama “Curazao” y echamos las peleas de gallos.
Estos arboles, sirven de sombra al café, agregó Rafe; de sus espinas leñosas
nosotros elaboramos, con una hojilla, pequeños sellos, de letras y números,
hasta obtener todos los tipos, de una imprenta artesanal.
Estamos entrando a una zona, donde comienza la concentración
de la población, en la orilla de la quebrada. Aquí vamos a detenernos
nuevamente dijo el hada. Es el área, donde están ubicados los lavaderos
públicos y la caja de agua, que abastece a la Calle Abajo. El agua es traída
desde la montaña colindante. Es un sector que usan las parejas para pasar un
rato agradable bajo las sombras de los higuerones y las matas de cacao. Por
esas escaleras vive el músico Bericoque y se sale a la esquina de Quintín. Aquel,
es el primer puente sobre la quebrada, a su lado vive Heraclio Torres, músico,
él es amigo de nuestras compañeras las “musas”, quienes lo ayudan a componer
sus poemas y canciones. Por ese puente y aquellas escaleras se llega al bar
“Buenos Aires”, a la Radio Trujillo y al Club Cruz Carrillo.
Continuamos bajando a bordo de nuestro barquito, observando
las casas, al lado de la quebrada; hasta llegar a otro puentecito, que une al
sector, donde José Linares tiene su venta de licores, con la esquina de los Coronados.
El recorrido fue continuo, hasta llegar al puentecito donde está el callejón y
pulpería de don Luis Briceño, que conduce a la Plaza Sucre, al Grupo Escolar
Estado Carabobo, al Asilo Reverend, a la Iglesia de Chiquinquirá y a la
pulpería de Elías Terán, el papá de Rafe. Aquí desembarcamos dijo el hada,
quiero mostrarles la famosa “Piedra de la Llorona”. En ésta piedra, están
grabadas las huellas de un pie de mujer y el pie de un niño. Por temporadas,
durante las noches, los vecinos oyen los atormentados llantos de una mujer, que
se confunden con los aullidos de los perros, que anuncian el desplazamiento del
misterioso personaje. Tengo miedo, le dijo Rafe al hada, ¿podemos irnos para la
pulpería de mi papá? No, respondió el hada, recuerden que ustedes están
“encantados” y todavía no hemos terminado el viaje.
Emprendimos de nuevo el viaje, a bordo de nuestro barquito.
Se observaban los niños jugando trompos, frente a sus casas. Pasamos por el
lado de un camino muy pendiente que iba a salir al callejón del Sastre Vale.
Llegamos al “Puente Machado”. Este es un sitio muy importante, dijo el hada.
Debajo de este puente pasaremos la noche; aquí estaba un viejo puente
destartalado, con techo de zinc y piso de tablas; fue sustituido por otro más
moderno. Al lado del puente estaba la casa y pulpería de Laudelino Mejías; hoy
vive allí, el señor Rivero. Debajo de aquella casa, está una piedra inmensa,
con una huella grabada, que la gente decía, era del “Toro de la otra Vida”,
pero en realidad era la huella petrificada de un dinosaurio, que vivía por
estos lares, hace millones de años. Por esa calle, se sale a la esquina, que
hace muchos años, se llamaba la “Esquina de la Rochela”, ahora está la “Casa
del Pueblo”. Seguramente no vamos a dormir muy bien, porque en esta calle, hay
muchos músicos y posadas. Vive un señor que se llama Egisto Delgado, que
compuso la letra del vals Conticinio, de Laudelino Mejías. Vive la partera
Isabel León. En sentido contrario, al cruzar el puente, está la conocida
“Carreterita”, un sitio para el amor libre; tiene su salida hacia Santa Rosa.
Al amanecer, continuamos el recorrido quebrada abajo, que
iba ganando profundidad con respecto al valle de la ciudad. Por ese callejón,
dijo el hada, se sale a la Esquina de don Félix Peña. Tengamos mucho cuidado,
entramos a una zona peligrosa, muchos animales domésticos, deambulan por la
quebrada. Pasaremos por el lado de una subida, que sale a la Plaza Bolívar y
Catedral de Trujillo; continuaremos en descenso por detrás del Palacio de
Gobierno, para caer al puente “Cruz Carrillo”, que sirvió para unir la ciudad
de Trujillo, al denominado sector de “La Otra Banda”, hoy “Santa Rosa”; en
época de la colonia, llamada el “Barrio de los Catalanes”.
Cuando construyeron este puente, la calle que sube hasta el
cementerio, la pusieron la “Calle de la Igualdad”, pues por allí conducían a
los ricos y pobres hasta el camposanto. De este puente subiendo en sentido
contrario, también llegamos a la Plaza Bolívar, a la Cruz Verde, a la calle
Comercio; a la Barbería Lara, de Ezequiel Torres, papá de Ezequiel.
Estamos entrando, en la etapa final del viaje, llegaremos
hasta el “Rio Castán”, dijo el hada. Como por arte de magia se desapareció el
barquito de papel, recobramos nuestro tamaño original y el Hada se despidió
diciendo: “hasta aquí los acompaño, el encanto vive en la quebrada, no puede
entrar al rio; me voy para Tucutucu, a visitar a mi novio el duende, que vive
en esa peña”.
Ezequiel y Rafe, quedaron asombrados, habían sido
desencantados con la sola presencia del rio. De ese extraordinario viaje por la
quebrada los Cedros, en compañía del “Hada de la Callearriba”, le nació a
Ezequiel su vocación para ingresar a la Marina de Guerra, mientras que Rafe
prefirió ingresar al Ejército.
Cuento extraído de El Cronista De Tucutucu
0 Comentarios