El día en que Motatán amaneció dos veces



La siguiente historia aconteció cuando Motatán vivía su época dorada y hasta su río era navegable. La gran trocha de durmientes de vero y rieles de hierro le había puesto cara a cara con el progreso. Sin embargo, los muchachitos todavía tenían la rara manía de comer tierra y los adultos se pintarrajeaban los bigotes con los escupitajos de chimó. Era la cultura de campesinado que aun permanecía en el analfabetismo.


Disimiles de interpretaciones se le dieron a aquel tenebroso día del jueves 03 de febrero de 1916, cuando a las once y media de la mañana un apagón celestial dejo en la más completa lobreguez al pueblo de Motatán: Las centurias de Nostradamus había llegado, el paredón divino redivivo, el último sobresalto del planeta y pare usted de contar. Fue el día en que el pueblo de Motatán ante el amago del juicio final y casi se sentía el granizo y el fuego del Apocalipsis. Insólitamente se apagó la luz del día. Las campanas repicaron a rebato y los gallos comenzaron a cantar. Las frágiles lucecitas de las luciérnagas y las lámparas de kerosene y carburo fueron encendidas de inmediato. El ulular de los monos montaraces fue confundido con el tocar de las siete trompetas de los ángeles bíblicos.


El estruendo del ferrocarril y los silbatos y los resoplos de su pito de vapor que en ese momento llegaba a la estación del pueblo, ayudaron a agitar la confusión. Don Benito Roncajolo, hombre de gran religiosidad y que ese día le correspondía inaugurar un nuevo galpón para el deposito del terminal ferroviario, se arrodillo al bajar del vagón pidiendo misericordia del Señor. Las viejecitas de la Sociedad  “Hijas  de María”, camándulas en mano, clamaban al cielo su perdón. Las mujeres que se encontraban acarreando agua del río Motatán se echaron a su cauce desesperadas y a no ser por la oportuna intervención del conuquero Matías Salazar hubiesen muerto ahogadas.


Las tropas de “La sagrada” aposentadas desde hacía dos años en la hacienda de los hermanos africanos en “San Bernardo”, dispararon sus carabinas al aire. Los arreos de mulas rompieron sus amarras y despavoridas tomaron el camino de “Medio Monte”; a lo largo quedaron las mercancías desparramadas por el suelo. ¡Erupción! ¡Erupción!, gritaban unos borrachitos, haciendo alusión a un posible volcán en la localidad de “El Baño”


Una robusta niña que amaneció en el momento del oscurecimiento fue bautizada con el nombre de “Eclipsodia”. Días después la revista de Valera llamada “Hoplititis” aseguraba que el eclipse era un castigo de Dios por la poca fe y el sinnúmeros de pecados como lo fueron: El incesto cometido por el negro Sebastián y su hermana,  el nacimiento día antes del evento de un chivito de cinco patas que muchos lo llamaron el “cabrío infernal”, a esto se agregaba la fornicación de los jovenzuelos con los animales. Tras este acontecimiento los parroquianos se agolpaban a las puertas de la Iglesia pidiendo perdón por sus pecados.


En resumidas cuentas, todo sirvió para la reflexión y el bien.


Sin olvidar que el presidente de Trujillo por la urgencia del caso recibió un telegrama que dictaba el siguiente texto; “En Motatán ha amanecido dos veces, se acaba el mundo, soy el telegrafista, no me busquen”.


Fragmento del Libro “Entre Bucares y Ceibas” De Segundo S. Peña Peña.

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